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jueves, 26 de junio de 2014

LA AUTORIDAD DEL CREYENTE


Si hay algo que Dios le dio a los escogidos, es autoridad. Pero no la autoridad sobre los demás hombres, o en específico sobre otros que profesan la fe, puesto que la base del cristianismo avanza sobre los rieles de la igualdad y sometimiento muto que es respeto y consideración.
La autoridad que Dios nos ha conferido es sobre el engaño de Satanás. El diablo desde el principio, con Adán y Eva, tomó control del hombre por medio de la mentira y la ilusión. Convenció al hombre de que debía de mejorar su estado,
 ¿No le parece que la ansiedad, estrés, y afán, todos destructivo al hombre, son efectos directos producidos por haber caído esclavizado bajo la tentación — entiéndase ilusión vana y engañosa —?
La capacidad de fe que nos fue dada por Dios, nos concede llamar las cosas que no son como si fuesen.  Esa fe en Jesucristo, en Su Gracia y en su Autoridad sobre todas las cosas, nos da también autoridad sobre los demonios, los elementos naturales y las fuerzas del mal.
Esa fe es parte del nuevo nacimiento, esa fe es conocimiento de la verdad, por lo que nos es escudo contra los embustes del enemigo.
El adversario de Dios, está limitado por Dios, para ejercer su engaño. Sin embargo esto no significa que no cese en su cometido. La apostasía, que está profetizada como un hecho que  tendrá lugar al final de esta era, es un claro ejemplo de cómo este ente del mal está laborando.
La Biblia nos dice que Satanás es engañador de las naciones  - mundo -, su sutileza y su conocimiento hacen posible que el hombre caiga bajo su dominio. Sólo los nacidos de Dios pueden vencer al diablo, rechazando sus ofrecimientos y resistiéndole para que huya de nosotros.
 Jesucristo ató al hombre fuerte que tenía cautivas las naciones, en el desierto, cuando llego a tentarlo. Desde entonces, todos aquellos que creen en Jesucristo tienen el poder de distinguir entre la verdad y la mentira, lo genuino y el engaño, y escoger lo verdadero y lo genuino. Rechazando la mentira, y rompiendo  el lazo del cazador. Esa es la autoridad que el Señor dio a su Iglesia.