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Lunes de Oración

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jueves, 16 de enero de 2014

Como si nada hubiese pasado.





La vida me ha enseñado que los tiempos no se celebran, que los años que pasan se descuentan, que los amigos verdaderos tienden a ir en singular y no en plural y que el agua no se mezcla con el aceite.
También puedo decir que veo difícil andar por este mundo por más de cincuenta años y no haber entendido que la felicidad es algo que tiene muchos significados, todo depende de lo que uno ande buscando, no necesariamente lo que uno obtenga de la vida y los demás.

En mi adolescencia aprendí lo esencial que es el dedicar mucho tiempo a la oración, al estudio personal de la Biblia; cosas que ayudaron mucho a fortalecer mi ánimo. Debido a eso mismo me inicié en la carrera de  inquirir sobre temas como la salvación, la justicia y la condenación.
Aún desde mi niñez, he visto como la vida nos da de todo: Momentos alegres, personas que me hacían ver su compañerismo, personas que tal vez sin conocerme o haberme relacionado con ellas, me inspiraron respeto, altruismo y benevolencia. Debido a que no puede alguien que ande en círculos en los cuales se lean las Escrituras y se estudie la vida de Jesucristo, pasar de lado el concepto de la Gracia de Dios hacia el hombre, puedo decir que la mayoría (sino todas) de las cosas maravillosas que me sucedieron, las consideré como algo que no me merecía.

Por otro lado la vida también nos da a todos : adversidad,  oposición y el antagonismo,  acusaciones y acciones desleales, traicioneras y violentas, que confunden, que lastiman y que por lo menos a mí, me sumían en lapsos de mediana depresión, justamente ahí, era en donde la oración era la única salida y consuelo viable a mi tristeza.
Aunado a esto último, debido a que tenía consciencia de mis yerros,  conocimiento de mi falibilidad, y el mismo desencanto de mis debilidades, hicieron de mis años de juventud, un lago de agua dulce y salada a la vez. 
Aunque caí en repetidas ocasiones en la necedad de querer complacer a todos, de caer bien a los demás, como si fuese mi responsabilidad los estados de ánimo de todos. Y digo necedad, pues el mejor camino a la agonía y el dolor, es tratar de estar bien con todos y esperar lo mismo de los demás. Después de muchos años tuve que desistir de tan infructuosa y peligrosa empresa.

Puedo decir, que desde entonces hasta ahora, la vida sigue siendo igual. La única cosa que cambió por completo mi estado de ánimo, fue el hecho de haber podido percatarme de cómo funciona la gracia de Dios.
Porque, al principio en medio de mi desarrollo en Dios, la religión se levantó como un enemigo, tratando de destruir mi caminar, con doctrinas de hombres, que atentaban contra la verdad, contra mi bienestar, contra Dios mismo.
Pues la religión quería que yo creyese que la salvación dependía de mí, que las obras que yo hiciese eran las que me justificarían, que “mi perfección” iba a ser mi vindicación. Pero la voz de Dios era otra, su voz me decía cuan indigno y pecador era yo, me susurraba en momentos de dolor la grandeza de su amor, que no importaba que yo hubiese estado muerto en delitos y en pecados, su elección me resucitó, me dio vida para que anduviese yo en ella.

Pasaron muchos años, perdí muchas cosas, pasé muchos dolores, pero un día en su misericordia, el mismo Señor se dignó a abrir los ojos de mi entendimiento para que me diese cuenta de que nadie puede venir a Jesús, sino es porque el Padre así lo establezca, que nadie puede nacer de nuevo, sino por la voluntad única del Dios Todopoderoso.

 Que la vida nueva proviene de arriba, que la nueva creatura, no se creó a sí misma, sino que le fue dada espíritu de vida de parte del Dador de la Vida.                     
 Que las decisiones que uno toma, siempre están bajo la soberanía de Dios, las circunstancias que en diferentes épocas nos rodean, de igual forma están bajo el gobierno de Dios.                                                          
 Que no hay absolutamente nada que no se mueva por la mano de Dios, y esto claro está, nuestro ser material no lo entiende, aunque el espiritual lo intuye.
Desde entonces, mi felicidad quedó anclada a la esperanza. A la promesa de Jesús de un futuro sin dolor, sin lágrimas e incertidumbres, sin la presencia de mis yerros, sin el desencanto de los antagonismos. Fue en ese instante cuando el dolor propio del planeta Tierra, se volvió como una ofrenda a Dios, en donde el rechazo de los que se auto justifican en sus obras se constituyó en parte de mi corona.
Porque todo lo que perdí, lo encontraré en aquel lugar, en donde no hay ladrón que lo hurte, ni polilla que lo destruya.

Fue en la cruz de Cristo y no la mía, cuando nació mi esperanza.

Hoy por hoy, sigo siendo el mismo, un hombre lleno de debilidad, que comete errores, pero tengo algo que ha cambiado: Dios me ha dado vida. Pues aunque mi carne sigue viva, un hombre nuevo ha sido creado, uno que está en espera de salir de este cuerpo de miseria, para adoptar un cuerpo nuevo en el día del Señor.

Hoy día vivo en la carne, como si ella estuviese muerta: Que si no me gustó esto, que si no pude hacer aquello, que si alguien me desprecia, que si alguien me traiciona, ya no tiene fuerza que mine la nueva vida. Ya no vivo para el qué dirán, ya no vivo para ser popular, sólo vivo en esperanza en la que no importa el dolor de esta vida, la aflicción de la vanidad, pues  por la Gracia Inmerecida estoy vivo, como si nada hubiese pasado.
Victor Piedra.
 Como si nada hubiese pasado.

6 de enero de 2014