Servir a Dios, debe tomarse justamente como Jesús lo enseñó, o sea poner empeño en hacer justicia con nuestro prójimo, con el oprimido, con el pobre, con el desamparado, en fin con el que en realidad es necesitado. Muchos se equivocan a ayudar a quien ni se lo merece, ni lo necesita, porque pobre es el que no tiene que comer, necesitado es aquel que no tiene donde vivir, que vestir, desamparado es aquel que no tiene nadie en este mundo para que le consuele, oprimido es aquel que sufre violencia, maltratado e injusticia por parte de la misma humanidad.
Muchas veces al oír gente que dice servir a Dios, nos damos cuenta, que si por algún lado es erróneo iniciar, es por el de presentarnos ante los hombres como gente que quiere servir a Dios. Servir a Dios es un hecho, es acción, que brota de un corazón al ser enfrentado con el necesitado, y no de una confesión pública ni mucho menos una campaña personal para ser aceptado o reconocido socialmente o dentro de un grupo o sociedad.
Lo demás, dar dinero a una organización para construir un lugar de reunión, dar dinero a un hombre para que no trabaje, ir a innumerables reuniones, hacer ventas en pro de la celebración de un día o una fecha, eso no es servir a Dios.