Hablar con respecto de lo que el pecado es, se ha convertido en un tema tabú en nuestra sociedad moderna. Hemos adoptado una salida ilegítima cuando de examinar esa área se trata. Huimos cobardemente, como cubriéndonos de una funcional impunidad, y nos refugiamos en un nuevo lenguaje, mal llamado: tolerancia. Y todo porque no conocemos lo que encierra la verdad sobre el pecado.
Pero si usted ha llegado hasta aquí, conmigo, en la lectura, es probable le interese lo que a continuación le voy a comentar.
El pecado es una condición de nuestra propia naturaleza humana. Piense que es el cáncer espiritual del que todos padecemos y del cual sufrimos las consecuencias. Para nosotros los seres humanos el pecado es como el ver y el hablar. Lo producimos tan natural, que no lo podemos separar de lo que somos. Y es tal vez esto, lo que hace a muchos, heridos en su ego, revelarse contra esa verdad, y con todo tipo de esfuerzos inútiles, buscan borrar lo que es innegable:
“sin excepción, todos somos pecadores”.
Jesucristo, nos enseñó que ni por que nos llenemos de reglas y adornos externos, y nos ganemos el respeto y admiración de los demás o logremos acumular posesiones, profesiones o puestos de importancia, podremos cambiar lo que somos: “pecadores”. Por eso llamó a los fariseos sepulcros blanqueados, por eso nos dijo que con solo una mirada o una simple palabra pecamos.
Ni Jesucristo con su sacrificio pudo redimir nuestra naturaleza carnal: O ¿No sabía que ni la sangre ni la carne heredarán el reino de los cielos?
Solo nuestra alma puede ser limpiada por la sangre de su pacto, el pacto de la Gracia, que nos perdona nuestra naturaleza humana, y nos da entrada a la salvación eterna sin ningún mérito que el haberle aceptado. Me refiero a Jesucristo.
De eso se quejaba el apóstol Pablo al confesar que lo que no quería hacia, pues aunque su alma había sido lavada en las aguas del nuevo pacto, su naturaleza carnal se revelaba.
Pero no se confunda el lector al pensar que, un redimido es una persona con licencia para pecar, si lo dijo Juan apóstol, que el hijo de Dios no peca impunemente, aunque como lo explicaba Pedro, que a pesar de que el bautismos nos purifica, lo que este purifica es la conciencia, no la carne que está contaminada por el pecado. Por lo que el mismo Juan, advierte al creyente, que al caer en pecado, como una víctima de la naturaleza carnal, el cristiano tiene a Cristo como abogado contra la condenación que trae el pecado, no el impune, sino el pecado que exhalamos por nuestra condición.
Porque el creyente tiene una lucha contra el pecado, esta lucha se llama negación, abstención; y se basa en el sometimiento a Dios, a sus palabras, a su guía, y una continúa batalla de rechazo contra todo lo mundano y lo que contamina el alma.
Para poder entender la Gracia de Dios, debemos entender primero que somos pecadores sin ningún mérito, seres incapaces de producir nuestra propia salvación, sólo cuando nos convencemos - nos damos cuenta - de nuestra condición, es que podemos ir corriendo a aceptar el regalo de Dios, su perdón y salvación de este mundo gratuitamente.